Sufrir una enfermedad crónica en muchos casos está asociado a un estilo de vida inactivo. La propia enfermedad y la inactividad provocan sobre el organismo un importante desacondicionamiento. Esta situación suele ir asociada a dos síntomas muy recurrentes e inespecíficos: la fatiga y la debilidad, facilitando la instauración de un círculo vicioso; cada vez las personas afectadas son más inactivas y cada vez están más deterioradas físicamente. Estos bajos niveles de actividad pueden provocar en estos individuos complicaciones secundarias a su situación como: un deterioro en la función cardiovascular, una reducción del consumo de oxígeno, una pérdida de tono muscular, una disminución de la masa ósea, problemas circulatorios en las extremidades inferiores con el consecuente riegos de sufrir trombosis o ulceras. Este estado físico tiene consecuencias a nivel psicológico: puede aumentar el estado de depresión, los niveles de hipocondría, el grado de dependencia en la realización de las tareas de la vida diaria puede verse incrementado a la vez que, se reduce la capacidad de interacción social, todo esto genera un impacto psicológico negativo que condicionará la calidad de vida de estas personas. Además, el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares o metabólicas se verá aumentado.
Ya en el año 1.984, un doctor americano, William C. Roberts, en el American Journal of Cardiology, anunciaba la existencia de: “un agente que mejora el perfil lipídico, es antidepresivo, tiene efectos positivos sobre la fuerza de contracción y del número de latidos del corazón, es vasodilatador, puede favorecer la disminución del apetito, contribuye en la reducción de peso, es laxante, tranquilizante y antidepresivo”. Este fantástico agente es la ACTIVIDAD FÍSICA!!! Además, podemos añadir que bien administrada no provoca efectos secundarios.
Las personas que sufren enfermedades crónicas pueden disfrutar de los mismos beneficios que un sujeto sano: aumentar del consumo máximo de oxígeno, mantener la masa ósea y muscular, mejorar las capacidades locomotoras, la autoimagen, la calidad del sueño, así como reducir del riesgo de sufrir otras enfermedades … y en general, mejorar la calidad de vida. Además, existen otras razones importantes para animarles a practicar ejercicio:
- La práctica de ejercicio puede suavizar el desacondicionamiento físico experimentado después del diagnóstico.
- El entrenamiento puede facilitar la optimización de los efectos de otras formas de tratamiento, farmacológicas o quirúrgicas, cuando se utilizan de manera integrada.
- La práctica de ejercicio físico reduce los riesgos cardiovasculares secundarios y atenúa otras consecuencias clínicas de la enfermedad y/o el tratamiento.
- La práctica de ejercicio físico tiene un impacto positivo en la clínica, en la forma física y en todos los aspectos relacionados con la calidad de vida.
Para poder gozar de estos beneficios la práctica de ejercicio debe realizarse de manera continuada y durante un período prolongado de tiempo.
Para establecer objetivos es muy importante conocer el curso de la enfermedad, debemos tener presente que algunas de estas enfermedades conllevan un deterioro progresivo, por lo tanto conseguir mantener la función o pequeñas mejoras ya puede considerarse un resultado positivo. Por lo tanto, el primer objetivo que debemos plantearnos con estas personas debe ser procurar revertir la situación de desacondicionamiento provocado por largos períodos de inactividad o encamados. El segundo gran objetivo será optimizar la función física y en tercer lugar conseguir mejoras en el bienestar y la salud en general.
A la hora de realizar recomendaciones no sólo debemos considerar los parámetros habituales del entrenamiento (tipo, intensidad, duración y frecuencia) sino también las limitaciones, los factores de riesgo, la presencia de otras situaciones patológicas, la tolerancia y las necesidades del individuo concreto a quien se dirigen. El ejercicio recomendado debe poder administrar todas estas variables con el fin de plantear unos objetivos realistas.
Uno de los parámetros de entrenamiento más importantes en las recomendaciones para estas personas es la intensidad, que debe ser el nivel mínimo que pueda inducir los efectos del entrenamiento. En general la intensidad suele ser inferior a la recomendada en la población general, por tanto para maximizar los efectos del entrenamiento se deberán ajustar la duración y sobretodo la frecuencia de entrenamiento.
Llegar a elaborar una receta concreta es imposible porqué existe una gran variedad de enfermedades, formas y grados diferentes de evolución. La respuesta al tratamiento médico es individual, y la respuesta al entrenamiento propuesto en situaciones de patología son todavía más cambiantes y heterogéneas que en sujetos sanos.
Las intervenciones a través de ejercicio deben incluir propuestas para mejorar la resistencia cardiovascular, la flexibilidad y la fuerza muscular. La propuesta que realizaremos deberá ajustarse a la patología concreta, a las necesidades y capacidades del individuo con el que trabajamos procurando generar propuestas de entrenamiento que sean accesibles, seguras, efectivas y en la medida de lo posible agradables. Accesibles, acercando la posibilidad de practicar ejercicio a los pacientes y/o adaptando las instalaciones de práctica. Seguros, ajustar bien los parámetros relacionados con el entrenamiento, especialmente la intensidad. Efectivos, focalizar las necesidades de los pacientes con la intención de paliar los principales inconvenientes de la enfermedad que sufren. Agradables, la motivación de los participantes es una de las principales piedras de toque de este tipo de intervenciones; es imprescindible utilizar estrategias motivacionales con el fin de favorecer la continuidad en la práctica de ejercicio, aspecto que favorecerá el poder disfrutar de la actividad.
En las recomendaciones de ejercicio para personas con patologías el personal sanitario, médicos y enfermeras, tienen un papel muy importante, para que tanto el enfermo como su entorno entiendan el rol del ejercicio dentro del tratamiento general de su enfermedad. El ejercicio físico, a diferencia de otras formas de tratamiento, concede a los pacientes un papel activo, ofreciéndole la oportunidad de hacer alguna cosa para mejorar su sintomatología. Antes de iniciar cualquier programa de ejercicio es imprescindible contar con el visto bueno de nuestro doctor, así como poder conocer si hay alguna contraindicación o debemos evitar algún tipo de esfuerzo.
En próximos artículos encontrarás recomendaciones específicas para diferentes enfermedades.